¡Mi
clase preferida!
Ese año en el colegio del
barrio había nuevo profesor de matemáticas, y también unos cuantos niños
nuevos. Uno de estos niños nuevos tenía una particularidad para aprender que
nadie había notado.
Daba igual lo rápido o despacio que le explicaran las cosas
de números, siempre terminaba diciendo alguna incoherencia tales como: que si
“dos” y “dos” son “cinco”, que si “siete” por “tres” eran “veintisiete”, que si
un triángulo tenía “treinta” ángulos, entre otros.